libros

¡Ah, los libros! ¡Los dichosos libros! Estaríamos mejor sin ellos, la verdad. Total, ¿para qué queremos saber nada? ¿Para desengañarnos?

Pero el caso es que ahí están, tocando las narices. “Léeme, léeme”, “mira qué cosas digo más interesantes”… Siempre igual. ¿No querías soñar despierto? Pues toma dos tazas.

Adoro los libros, casi más como un fin que como un medio. La casa de mi niñez, gracias a mi madre, no carecía de ellos y, como aprendí a leer muy pronto, crecí a base de lectura (bastante, por cierto; mido 1,87 m) y de bocadillos de chorizo. Lo cual, por cierto, no me ayudaba a mantener los libros muy en buen estado. No sé si me explico.

Leía cuanto tuviera a mano, y me daba igual que fuera una enciclopedia que el prospecto de un medicamento, un libro de texto o El Señor de los Anillos. Libro este, por cierto, que fue la primera novela completa que leí, cuando tenía siete años. Eso me marcó para bien y para mal. Por un lado, quedé encantado de la vida y por otro… ¡leñe! Es muy difícil encontrar algo que supere a Tolkien en la inquieta mente de un chaval de 7 palos.

Por aquellos años me aficioné, sobre todo, a los libros de historia y a la novela. Fue mi época de leer clásicos, folletines, y algún que otro best seller de los años 70 y 80, de los que tenía mi madre. Y también a Agatha Christie, aunque siempre me frustrara porque nunca adivinaba quién era el asesino. Creo que le cogí un poco de manía al género policíaco por eso.

De la mano con la lectura llegó la escritura. Empecé no sé cuántas novelas (absolutamente infames), a veces a imitación de Tolkien y otras de ciencia ficción o vete tú a saber de qué. Escribía sobre todo y de todo. Alargaba innecesariamente las redacciones del colegio, o les añadía prólogos, episodios y epílogos a tutiplén.

Esta tendencia se mantuvo firme durante toda mi adolescencia y mi juventud, hasta que, por fin, a los treinta años conseguí escribir mi primera novela completa. Se suponía que era la primera parte de una serie cuasi-infinita de novelas de fantasía que ríase usted de La Rueda del Tiempo. Entre mi grupo de amigos se hizo extremadamente, popular, eso sí: casi un meme. Incluso empecé la segunda parte, que sigue a medias.

Mi segunda novela, más corta, la terminé allá por el año 2020, aprovechando el encierro de la dichosa pandemia. También fue una novela de fantasía, claro. ¡Esta web habla de soñar despierto por algo!

Sin embargo, no me parecía que ninguna de las dos estuviera a suficiente altura como para publicarla, y allá por el 2021 retomé uno de los infinitos manuscritos sin acabar que tenía de etapas anteriores (concretamente, del año 2016), me decidí a terminarlo y en el verano de 2022 publiqué en Amazon mi primera novela. ¡Esta vez sí! Y en cuanto a lo de Víctor Silva, no le deis vueltas: Silva es mi tercer apellido, y mola más que Fernández, no me digáis que no.

“El caballero verdugo” es la primera parte de una trilogía (Crónicas del verdugo impasible) un poco… peculiar, vaya. No es una novela de fantasía al uso. No la escribí para llegar al mayor número de lectores posibles, sino para llegar a los más adecuados. A fin de cuentas, como os imaginaréis, no vivo de escribir. Lo hago para expresarme, para comunicarme y para contar historias que, a mi juicio, merecen ser contadas. Si lo que más te motiva son los libros con dragones, profecías, amores adolescentes, rayos y relámpagos… mejor ni empieces. No es para ti. Pero si te gustan los clásicos de los siglos XVI al XIX y el humor, dale una oportunidad. Un lector la ha descrito como “The Witcher + Les Luthiers”, para que te hagas una idea.

¡Y hay más! Está a punto de caramelo la segunda parte de la trilogía, “Un paraíso enmarañado”. Podéis conseguir ambas novelas aquí.

Por último, y para los que leáis la trilogía: no. Yo no soy el Notario.

¡Que no, voto al Mismísimo!