Juegos

Homo Ludens

Mis fascinación por los juegos de mesa, creo, viene de una edad muy temprana («en la que brillantes reinos poblaban la tierra como manto azul entre las estrellas«). Recuerdo pasar por el portal de mi edificio, camino de las escaleras, y ver a los chavales más mayores jugando a cualquier cosa, desde el RISK hasta wargames sencillos, pasando por el ajedrez, las damas o juegos de los que ya ni me acuerdo. Me llamaban mucho la atención los mapas, los dibujos, los dados, las fichas de colores. ¿Qué era aquello? ¿Cómo funcionaba? ¿Había reglas? ¿Cuáles? ¡Yo quería eso!

Recuerdo también, con cinco o seis años, revolver la caja de los Juegos Reunidos de Geyper como un poseso, leer las instrucciones e inventarme -¡cómo no!- las reglas para aquellos juegos cuyas fichas habíamos perdido entre mi hermana y yo. Esos trocitos de plástico de colorines y sus tableros de cartón fueron mi primer contacto real con el apasionante mundo del ludeo.

El caso es que con 7 años me hice con mi primer juego de mesa «de verdad»: el ínclito y legendario Imperio Cobra de CEFA. El resto, como suele decirse, es historia.

Me pasé los años siguientes acumulando cajas y cajas: los míticos juegos de CEFA (tuve el Lepanto, el Dagón…) y cualquier otro al que le pudiera echar el guante. Todos me encantaban y solo les encontraba el lado bueno. Al poco, comencé a crear mis propios juegos, a base de colorear y recortar folios y más folios, ante la poco silenciosa reprobación de mi padre. Pero no os creáis que era un diseñador de tres al cuarto, ¿eh? Testeaba los juegos con mi hermana durante el fin de semana, y ella me hacía críticas y propuestas. ¡Yo me lo tomaba en serio!

A los 12 años conseguí un Spectrum ZX Sinclair, y aquello fue ya el acabose para mí: ¡After the War, Navy Moves, Ghouls & Ghost…!. El mundo de los videojuegos me parecía un universo en sí mismo. Tras mucho rebuscar, llegué a agenciarme libros sobre el diseño de videojuegos (¡en BASIC!) y me los chapé de memoria. Por desgracia, en mi ciudad natal no había manera alguna de aprender programación ni nada relacionado con eso a principios de los años 90. Si hubiera nacido 10 años más tarde, en 1988 y no 1978, es casi seguro que ahora sería ingeniero informático y no lo que soy. Y, aún así, sigo teniendo una espinita clavada que solo me podré quitar cuando diseñe, programe y publique un videojuego. Lo haré más tarde o más temprano, ya veréis como sí.

Pero no iba a quedarme en los videojuegos: yo quería más. Poco después de mi llegada a ese mundo, conocí también el de los wargames (es lo que tiene que te flipen la historia, los mapas y los juegos de mesa) y el de los juegos de rol. Mi adolescencia tardía está empapelada con reglamentos de los clásicos de Avalon Hill y JOC Internacional. ¡El Empires on Arms! (“¡es tu deber como prusiano!”).¡El Wooden Ships & Iron Men! (“¡barrido de popa!”). ¡El Aquelarre! (poca broma el día en que mi madre, en su época más beata, lo encontró en mi habitación).

A los juegos de rol les tengo un cariño especial. Me han acompañado durante muchos años, tanto en torno a una mesa con mis amigos como en la pantalla del ordenador. Afirmo que, puestos a soñar despiertos, lo mejor es hacerlo en compañía, con un montón de dados y ganchitos (aunque yo suelo preferir gominolas). Si no lo habéis probado, ya estáis tardando ;).

Todavía hoy tengo la casa llena de juegos de rol, mesa y wargames. Mirad, si no, una de mis estanterías:

Y lo mismo que he diseñado un montón de juegos de mesa (por el momento, para uso doméstico), también me puse a hacerlo con juegos de rol. El resultado de mi primera incursión lo podéis encontrar aquí. So Below es un juego de fantasía urbana y misterios insondables, de cuya existencia mi daydreaming tiene gran parte de culpa. Y ello desde las primeras ideas, al poco de mudarme a Madrid en el 2006, hasta su inminente salida, a principios de 2025, tras un fallido pero muy gratificante crowdfunding en 2017 y un intento frustrado de publicarlo a través de una editorial.

Si vivís en Madrid, lo mismo algún día me encontráis en los clubs por los que suelo pasar, como el Club Dragón y el Mecatol Rex, aunque hace bastante que no me dejo caer por ninguno de los dos. El día menos pensado andaré tirando dados por allí una vez más.

Y si no es allí, en cualquier sitio. ¡Jugar es vivir, gente!

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